El bosque de la región del pacífico de Colombia no sólo representa una de las mayores fuentes de riqueza natural y de diversidad biológica del mundo, sino una real oportunidad para que cientos de comunidades afro-colombianas e indígenas logren un verdadero desarrollo económico, social y ambiental en el mediano y largo plazo.
Si bien, sobrevolando la zona, a primera vista la tupida selva da indicios de estar en excelente estado, analizando con mayor detalle se vislumbra un importante grado de degradación y deterioro de los recursos forestales a lo largo de todo el Pacífico Colombiano. Esto sucede desde bien abajo en Nariño, pasando por el Valle del Cauca y subiendo hasta el Chocó biogeográfico que concluye en el Darién. Aunque el grado de deforestación no es comparable con el desastre ambiental de ciertas regiones amazónicas, problemáticas como la tala selectiva o el cambio en el uso de los suelos, están poniendo en peligro la estabilidad ambiental de la zona.
Esta circunstancia afecta directamente a los miles de habitantes – y dueños por historia y por ley – de los bosques.
Principalmente comunidades que residen en resguardos indígenas y en consejos comunitarios de poblaciones afro-colombianas, las cuales desde 1993, cuando se promulgó la Ley 70, tienen potestad y derecho soberano sobre los territorios colectivos del pacífico.
Contrarrestar el deterioro – o degradación de la selva – no sólo es una forma de enfrentar la amenaza que se cierne sobre el territorio, sino que, gracias a una innovadora propuesta económica enmarcada en el contexto político mundial, es una oportunidad para que las comunidades generen beneficios económicos y sociales a partir del uso responsable de los bosques.
¿Cómo? Por medio del desarrollo de proyectos REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) que permiten, a través del mercado internacional de carbono, proporcionar recursos a las comunidades para que puedan proteger sus bosques, disminuir la tala excesiva, e incentivar la puesta en marcha de actividades productivas rentables basadas en el aprovechamiento sostenible del propio bosque. De esta manera, además se hace un significativo aporte a la mitigación del cambio climático y a la conservación de la biodiversidad.
Es así como la siembra de cacao, la producción de pulpa de naidí (o açaí para los mercados internacionales), coco, harina de plátano e incluso pesca responsable, se establecen como actividades generadoras de ingresos y mejores condiciones de vida para las comunidades restándole presión a la tala de la selva. Y, por supuesto, ayudan a que especies emblemáticas, como la rana arlequín, la araña de cocalito o el escarabajo frutero, sigan adornando el patrimonio biológico de Colombia.
Si las comunidades – que hoy en día se encuentran ilustradas, tienen tierras tituladas y han demostrado capacidad para gobernar y manejar sus territorios – hacen bien la tarea es muy posible que empiecen a recibir fondos, medidos en toneladas de carbono transadas en los mercados internacionales, por dejar que el bosque se recupere, y, a la vez, sumen beneficios mejorando sus procesos productivos, y escalando en las cadenas de valor asociadas a la riqueza que se encuentra en sus tierras.
Fuente:
http://noticias.co.msn.com/colombia/contrarrestando-degradacion-bosque-pacifico#image=11